Una sala vacía en una planta de hospital vacía y oscura. Cables, máquinas. ¿Y todo para mi pequeño cerebro? Teniendo en cuenta ésto, en cuanto entré, ya deseaba salir. ¿Para qué iba a pasarlo mal si no van a solucionarme nada?
Dieron las once de la noche y aún la enfermera no había acabado de ponerme todos aquellos electrodos en mi cabeza y pecho. Veintipico cables con su respectivo pegote de pegamento cada uno que aún sigo teniendo en el pelo.
A las siete en punto y sin retraso alguno, la enfermera ya estaba allí para romper mi descanso y pisotearlo. Y lo digo así porque en las próximas siete horas -más o menos- me esperaba la peor tortura que alguien pueda hacerme: dormir veinte minutos y despertarme para después de dos horas volver a dormir veinte minutos. Así sucesivamente. Veinte minutos de gloria-Dos horas despierta-etc.
Después, al salir del hospital, dormía despierta. Me agotaron.
Espero que sirva para algo y me digan que estoy loca y que en mi actividad cerebral no hay anomalías, que alucino yo sola. Que nunca tendré narcolepsia ni cosas por el estilo.
En el hipotético caso de que los resultados fuesen malos, lo peor que podría pasar sería eso, que desarrolle una narcolepsia y algún momento de mi vida me convierta en alguien dependiente.